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En Argentina, uno de cada cuatro hogares es unipersonal

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En Argentina, el número de viviendas habitadas por una sola persona ha mostrado un crecimiento continuo en las últimas décadas, evidenciando cambios significativos en las dinámicas sociales, familiares y económicas del país. De acuerdo con la información más reciente del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC), una de cada cuatro viviendas está ocupada por solo una persona, lo que equivale aproximadamente al 25% de las viviendas en todo el país.

Estos hogares considerados «unipersonales» han experimentado un notable incremento, especialmente en las áreas urbanas más avanzadas. Por ejemplo, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, representan el 35% del total, mientras que en otras capitales de provincia y zonas metropolitanas, la cifra varía entre el 20% y el 30%. Esta transformación en la estructura de los hogares se debe a varios factores, incluyendo el envejecimiento de la población, el aplazamiento en la formación de familias, la creciente independencia de los jóvenes, el aumento de los divorcios y la decisión personal de muchas personas de vivir solas.

El perfil de quienes integran estos hogares es diverso. Por un lado, se encuentran los adultos mayores, en su mayoría mujeres, que enviudaron o cuyos hijos ya no conviven con ellos. Por otro, hay una creciente proporción de jóvenes profesionales, solteros, divorciados o separados que optan por una vida independiente, priorizando el desarrollo personal y profesional. También se observa un número en aumento de adultos de mediana edad que han elegido o se han visto en la necesidad de vivir sin compañía permanente.

Desde un punto de vista económico y urbanístico, este fenómeno introduce nuevos retos para las políticas públicas. El crecimiento de los hogares unipersonales provoca una demanda particular de vivienda, frecuentemente centrada en unidades más pequeñas, ubicadas céntricamente o bien conectadas, con servicios que apoyan el estilo de vida individual. Esta tendencia ya se está manifestando en el sector inmobiliario, donde el diseño de estudios y apartamentos de un dormitorio está ganando cada vez más relevancia.

Asimismo, el fenómeno tiene implicancias directas en el consumo, los servicios de salud, la movilidad urbana y la planificación del espacio público. Las personas que viven solas tienden a tener hábitos de compra distintos a los de los hogares familiares tradicionales, optando por productos en menores cantidades, servicios de entrega, tecnología para el hogar y entretenimiento digital. En paralelo, requieren redes de contención emocional y asistencia que suplan la ausencia de un núcleo familiar cotidiano.

Desde el punto de vista de las políticas sociales, el aumento de hogares unipersonales también plantea preguntas sobre el diseño de programas de protección, especialmente para los sectores más vulnerables. Los adultos mayores que viven solos, por ejemplo, pueden enfrentar mayores riesgos de aislamiento, pobreza o problemas de salud mental, lo que obliga a repensar el alcance de los servicios sociales, el acceso a cuidados domiciliarios y las estrategias de integración comunitaria.

En un sentido cultural, el incremento de las viviendas unipersonales también denota un cambio en la manera de entender la adultez. En vez de ser percibido como algo raro, esta forma de vida es cada vez más valorada y aceptada por muchos como una opción legítima. Vivir solo no se relaciona únicamente con el estar apartado, sino que se ve como un símbolo de autonomía, autoafirmación y habilidad para gestionar la vida.

Los expertos señalan que esta tendencia no es exclusiva de Argentina. En muchas partes del mundo, especialmente en Europa, Estados Unidos y otras economías urbanizadas, los hogares unipersonales ya representan hasta el 40% o más del total. En este sentido, Argentina se suma a una transformación global que reconfigura los modelos familiares tradicionales, obligando a gobiernos, empresas y sociedades a adaptarse a una nueva realidad demográfica y social.

El crecimiento de los hogares unipersonales en el país es, en última instancia, el reflejo de un proceso más amplio de individualización de la vida moderna. La soledad elegida, como estilo de vida, ya forma parte del paisaje cotidiano de las grandes ciudades argentinas, y su consolidación plantea nuevos interrogantes sobre cómo construir comunidades inclusivas, funcionales y emocionalmente sostenibles en un contexto donde vivir solo se ha convertido en una opción cada vez más común.

Por Otilia Adame Luevano

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